Maestros del celuloide | Por Pedro Fernández

Revista Conocer

Publicado en: FERNÁNDEZ, P. (2012) Los Lumière, arquitectos de una gran fábrica de sueños. Conocer, nº 34.

A uguste y Louis Lumière han pasado a la historia como los creadores del cinematógrafo y los que iniciaron la industria del cine. Sin embargo, aunque ganaron mucho dinero con su invento, no supieron ver todo su potencial. Por esa razón, los hermanos terminaron por dejar el cine y se dedicaron profesionalmente a otros campos, como la biología o la fotografía.

Si el cine tuviera una fecha de nacimiento, esta sería el 28 de diciembre de 1895. Ese día fue cuando los hermanos Louis y Auguste Lumière ofrecieron la primera exhibición pública de su cinematógrafo, cobrando por la actuación. Esta histórica primera proyección tuvo lugar en París, en el conocido Salon Indien del Gran Café.

Su cartel publicitario era escueto. Simplemente decía: “Cinematógrafo Lumière. Entrada, 1 franco”. Y como nadie había visto nunca antes la imagen en movimiento proyectada sobre una pantalla, los asistentes tampoco sabían mucho acerca de lo que estaban a punto de presenciar.

Ya a la entrada del salón había un cartel algo más explicativo. Su texto era el siguiente: “Este aparato, inventado por M. M. Auguste y Louis Lumière, permite recoger, en series de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante cierto tiempo, se suceden ante el objetivo, y reproducir a continuación estos movimientos proyectando a tamaño natural sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala entera.”

La primera proyección de la historia del cine se tituló Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir. Se trataba de un corto de 45 segundos en el que, en un solo plano, se podía observar a los obreros en el momento en que abandonaban su puesto de trabajo en una fábrica de artículos fotográficos. Luego se proyectaron otros nueve cortos, de una duración similar, en los que los hermanos mostraron imágenes de la vida diaria.

Aunque la proyección de los obreros pasará como la primera en toda la historia, la que más impacto causó en los asistentes fue La llegada del tren a la estación. Durante 60 segundos se veía la imagen de un tren aproximándose a la cámara, cada vez más. Desacostumbrados a aquellas imágenes, algunos de los espectadores se levantaron de sus sillas convencidos de que el tren iba a pasarles por encima. Esto es lo que siempre se dijo sobre cómo reaccionaron los espectadores ante este corto.

Sin embargo, el historiador Tomás Valero amplía el mito: “No fue la única película que atemorizó a la sala, sino que fueron todas en cuyo campo visual un objeto se precipitaba sobre el cameraman y sobre el novel espectador, que confundía la imagen animada con el objeto representado, sensación comparable, hoy, a cuando acariciamos la imagen tridimensional que sobresale de la pantalla.”

La recaudación total fue de 35 francos. El éxito fue clamoroso porque, a pesar de que solo 35 espectadores tuvieron la fortuna de vivir el nacimiento del séptimo arte, esas personas fueron la principal propaganda del invento. Difundieron de tal forma el milagro que pronto multitudes de interesados se congregaron para disfrutar de las proyecciones. Así fue como entró el cine en nuestra vida.

Estas primeras películas eran como documentales de la época, ya que mostraban aspectos de la sociedad parisina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

El historiador Tomás Valero afirma que los Lumière, “con rigor, no inventaron nada”. Según Valero, los hermanos “combinan felizmente descubrimientos anteriores como la perforación de Reynaud y Edison; ni crearon el movimiento intermitente, presente en otros inventos; ni la síntesis del movimiento, de Edison; ni la película, como Eastman. Aún así, sería injusto desposeerles de la paternidad del cinematógrafo, pues a ellos se debe la transformación de un sombrío artefacto mecánico en un prometedor espectáculo de masas”.

16 imágenes por segundo 

Los hermanos Lumière nacieron en Besançon, Francia. En 1862 nació el mayor, Auguste, y en 1864 lo hizo Louis. Su familia se trasladó pronto a Lyon —donde crecieron— cuando tenían ocho y seis años, respectivamente. Allí trabajaron en un taller fotográfico, la empresa de su padre Antoine. Auguste como administrador y Louis como físico.

Pero pronto dirigieron sus esfuerzos a intentar conseguir fotografías en movimiento. Este interés se despertó en 1894, cuando el padre de los hermanos les trajo de París el kinetoscopio de Edison. Este era un aparato con un visor a través del cual se podía contemplar una película. Así que ambos hermanos pensaron en la posibilidad de que la gente contemplara la película proyectada sobre una pantalla. Pretendían, fundamentalmente, diseñar un sistema que permitiese proyectar películas en grandes espacios.

Con esta idea original crearon el cinematógrafo, un aparato que era cámara y proyector a la vez. Su invento se basaba en un efecto denominado persistencia retiniana. Al parecer, las imágenes permanecen en la retina una décima de segundo antes de desaparecer por completo, así que una secuencia de imágenes percibidas a gran velocidad conseguirá “engañar” al ojo. Así, lo que se percibe como movimiento es, en realidad, una sucesión de imágenes independientes y estáticas que el cerebro enlaza. Buscaron un mecanismo que proyectase 16 imágenes por segundo, contando que a partir de 10 ya se vería movimiento.

A las afueras de Lyon, en la casa de los hermanos Lumière, hoy museo, hay un panel explicativo con una frase del propio Auguste, sobre el descubrimiento de su hermano Louis.

Reza así: “Era a fines del año 1894. Una mañana entré en la habitación de mi hermano, que no se encontraba bien y guardaba cama. Me dijo que no había dormido y que, en el silencio de la noche, imaginó un mecanismo capaz de resolver el problema que teníamos. Me explicó que era necesario imprimir a una cápsula portaagujas un movimiento alterno, parecido al del mecanismo de las máquinas de coser. Las agujas penetran en las perforaciones practicadas en los márgenes de la película y le imprimen un impulso; finalmente se retiran y dejan inmóvil la película, mientras el sistema de deslizamiento vuelve a la posición primitiva. Fue una revelación. En una noche, mi hermano había inventado el cinematógrafo.”

El cinematógrafo se patentó el 13 de febrero de 1895, y los Lumière empezaron a rodar películas de un minuto, la máxima capacidad que permitía la máquina.

Más de un centenar de historias 

Dentro de esta primera función pública se proyectaron otras ocho películas, además de la del tren y la de los obreros de la fábrica: Riña de niños, Los fosos de las Tullerías, El regimiento, El herrero, Partida de naipes, Destrucción de las malas hierbas, La demolición de un muro y El mar. Todas ellas eran imágenes de un solo plano, con una duración inferior a un minuto.

Valero afirma que «en 1900, la factoría Lumière contaba con un catálogo superior a 1.000 películas, rodadas, mayoritariamente, por operadores ambulantes distribuidos alrededor del mundo por encargo de los hermanos”. Sin embargo, el historiador asegura que “el declive de su emporio comenzó a partir de 1898, cuando su producción descendió de 400 a 50 películas anuales”.

Entre su millar de cortas historias destaca El regador regado. Para Caparrós, podría considerarse “el punto de partida de la comedia. Aunque es evidente que es un simple gag, con esta película se inaugura la ficción cinematográfica”. En una secuencia de unos 40 segundos un jardinero sufre la broma de un chico, quien, al pisar la goma de la manguera, consigue que esta no expulse agua. Cuando el jardinero inspecciona la manguera, el muchacho levanta el pie y, entonces, el agua empapa al hombre. Luego, el jardinero persigue al joven y lo moja. Es un relato de un suceso irrelevante, de una situación cómica, de una chanza, pero, también, una historia de ficción.

Una industria sin futuro 

Las proyecciones de estas “mini películas documentales” tuvieron un gran éxito. Sin embargo, los Lumière no supieron ver en el cinematógrafo la gigantesca industria que muy posteriormente creó Hollywood. De hecho, incluso, ambos declararon abiertamente que su invención no tenía futuro. Así que simplemente se preocuparon de aprovechar el momento y de crear un negocio rentable.

Al contar con la patente del cinematógrafo y al negarse a comercializar el producto, todo aquel que estuviera interesado en filmar un acontecimiento debía contratarlos a ellos. Los Lumière les enviaban un cinematógrafo y un operador que se encargase de filmar.

Según Valero, “a pesar de no darse cuenta de la envergadura de su ingenio, los Lumière edificaron los pilares de una verdadera industria cinematográfica. Abarcaron todo: producción, distribución y exhibición. Construyeron un estudio en Lyon, enviaron por el mundo a un sinnúmero de reporteros y se procuraron salas de proyección para sus obras y las de sus colaboradores”. El problema es que ambos hermanos “asumieron que tenía fecha de caducidad, así que de la perdurabilidad del séptimo arte se ocuparon otros”.

Quizás esa fuera una de las razones por las que ambos hermanos separaron en 1903 sus caminos profesionales, justo después de que ambos patentaran el Autochrome Lumière, la fotografía a color, invento que no se comercializó hasta 1907.

Después de aquello, Auguste abandonó la fotografía y el cine y se dedicó a la biología y la fisiología. En 1914 inauguró en Lyon los Laboratorios Lumière, donde realizó estudios sobre el cáncer, el tétanos y la tuberculosis. La Academia de Medicina francesa llegó a aceptarlo como miembro. Murió en Lyon en 1954. Louis, por su parte, se dedicó primero a la fotografía y después a la ortopedia.