Historia y Cine (ex novo)
En alguna ocasión, hallazgos como el actual confirman el interés que posee el cine como documento histórico y social. El artículo que hoy presentamos, guarda ciertas similitudes con los análisis de observadores de ahora y de antaño, pero refuerza la idea de que, en oposición a la historiografía tradicional, la «Escuela de los Anales» francesa estableció un debate que ya no tiene vuelta atrás. Todo documento encierra en sí mismo un indudable valor histórico, por heterodoxo que a los más ortodoxos pueda parecer. El cine tiene parangón con documentos históricos que se almacenan durante generaciones en adustos archivos a los que, lamentablemente, en muchas ocasiones, sólo tienen acceso los estudiosos de la materia. No por aparentemente volátil -pues el soporte que le caracteriza exige el uso de una avanzada tecnología-, encierra menor valor que el documento escrito. No en vano, no pocas veces, el papel ha sido, también, objeto de fraude y causa de estupor, pues han sido muchos los acontecimientos que sobre la base de una fe ciega en él, se han dado por ciertos hasta que un inesperado descubrimiento los ha desmentido. Fenómenos como éste demuestran que el soporte tradicional tampoco es inmune al engaño y a la manipulación. Nadie pone en duda el compromiso que el historiador contrae con las fuentes primarias. No sólo eso, el cine es una fuente primaria cuyo análisis no excluye el uso de otras, siempre que éste requiera profundizar en el estudio de las sociedades y del contexto histórico al que éstas se inscriben. Desde aquí, seguiremos reivindicando el valor histórico-contextual inherente al cine, pues el salto hacia adelante que propició Kracauer ha dado sus frutos, tanto, que el cine ha adquirido mayor valor histórico con el tiempo, a tal punto que su uso en la escuela es cada vez más habitual y menos anómalo. El cine es, pues, una herramienta idónea para enseñar Historia, tanto en el aula como fuera de ella.