En busca del fuego (Jean-Jacques Annaud, 1981)
La Prehistoria
La prehistoria es la etapa comprendida entre la aparición del primer antepasado del ser humano (Austrolopithecus), hace cerca de 3,9 millones de años, hasta la aparición de la escritura, hace unos de 5.000 años. Este período se divide en Edad de Piedra (Paleolítico y Neolítico) y Edad de los metales.
El origen del Paleolítico («piedra antigua»), por su parte, se remonta a 2,85 millones de años, y concluye hace 10.000, cuando el desarrollo de la agricultura y de la ganadería dieron lugar a la Revolución Neolítica.
Durante el Paleolítico, el ser humano hizo instrumentos de piedra (o líticos) que utilizó para la caza y la pesca, actividades que, junto con la recolección, constituían su principal apoyo vital.
El constante agotamiento de los recursos alimenticios que ofrecía la naturaleza obligaba a las primeras comunidades humanas a cambiar de hábitat cada cierto tiempo, por lo que éstas se instalaban allí donde tenían fácil acomodo: al abrigo de cuevas o de chozas fáciles de construir.
Esta forma de vida errática se denomina nomadismo. El nomadismo, sin embargo, fue reemplazado por el sedentarismo, su antónimo, con el advenimiento del Neolítico («piedra nueva»).
El sedentarismo al que contribuyeron el descubrimiento y desarrollo de la agricultura, de la ganadería, de la pesca y del comercio propiciaron, asimismo, un exponencial crecimiento demográfico.
Ahora bien, las comunidades humanas que hallaron la fórmula para alcanzar la categoría de ciudades caracterizadas por una creciente complejidad social, no siempre vivieron en paz.
De hecho, la era de los metales se deriva de la necesidad del ser humano de defender militarmente su territorio del ataque de las tribus enemigas. Así, también, las manifestaciones artísticas (parietales y mobiliares) derivan de asentamientos más longevos (a partir de 35.000).
En otro orden de cosas, algunos de los principales homínidos (si dejamos de lado ejemplares descubiertos con posterioridad) son:
- Austrolopithecus: 3,9 Ma-2,9 Ma. Capacidad craneana: 500-600 cm3.
- Homo habilis: 2,5 Ma. Capacidad craneana: 600-750 cm3.
- Homo erectus: 1,5 Ma. Capacidad craneana: 800-1.000 cm3.
- Homo sapiens neanderthalensis: 400.000 años. Capacidad craneana: 1.500 cm3.
- Homo sapiens sapiens: Ser humano actual desde hace 250.000 años. Capacidad craneana: 1.400-1.450 cm3.
Fechas clave
Edad de Piedra
- 2,85 Ma-100.000 a.C. Paleolítico inferior: Austrolopithecus, Homo habilis y Homo erectus.
- 100.000 a.C.-35.000 a.C. Paleolítico Medio: Homo sapiens neanderthalensis.
- 35.000-10.000 a.C. Paleolítico Superior: Homo sapiens sapiens (Cromagnon).
Neolítico
- 10.000-5.000 a.C. Mesolítico. Transición al Neolítico.
- 5.000-3.000 a.C. Neolítico.
Edad de los metales
- 4.000-3.000 a.C. Edad del Cobre (Calcolítico).
- 3.000-1.500 a.C. Edad del Bronce.
- 1.500 a.C. Edad de Hierro.
Ficha técnico-artística
Título y año: En busca del fuego, (Jean-Jacques Annaud, 1981). Duración: 105 min. País: Canadá. Guión: Gérard Brach (basado en la novela homónima de J.H. Rosny). Música: Philippe Sarde. Fotografía: Claude Agostini. Reparto: Matt Birman, Franck-Olivier Bonnet, George Buza, Rae Dawn Chong, Nicholas Kadi, Everett McGill, Ron Perlman, Kurt Schiegl y Gary Schwartz. Productora: Canadá / Francia / Estados Unidos; Belstar Productions / Ciné Trail / Stéphan Films / International Cinema Corporation. Género: Aventuras, Prehistoria.
Sinopsis
Film ambientado hace cerca de 80.000 años (Paleolítico Medio), cuando en el mundo conocido se presume que coexistió más de una especie de homínidos. Un clan de neandertales que depende del fuego (los Ulam) -que saben mantener, pero no producir-, sufre el ataque de una horda de homínidos más primitivos que extingue la única hoguera del clan, drama que les obliga ir e busca de una nueva llama de fuego.
Valoración crítica
Mientras que en 1981, España asiste a un golpe de Estado (23-F) que amenaza con revertir el proceso de transición de una dilatada dictadura a una incipiente democracia orquestada desde arriba, el mundo será testigo de acontecimientos de no menor relevancia, como, por ejemplo, el intento frustrado de magnicidio del presidente estadounidense Ronald Reagan, el atentado perpetrado por Ali Agca contra el papa Juan Pablo II, el reconocimiento médico oficial del SIDA como epidemia, el nacimiento de Microsoft o el lanzamiento por IBM del primer ordenador personal (PC), entre otros. Ahora bien, la casi totalidad de la década de los 80, y, para ser más exactos, el período comprendido entre 1980 y 1988 recibirá el nombre de «era Reagan», porque, no en vano, los Estados Unidos de América permanecerán bajo el poder de un omnímodo presidente con ínfulas de emperador ávido de acariciar la hegemonía mundial que, desafortunadamente para él, compartirá con la Unión Soviética hasta 1989, cuando cae el muro de Berlín y la URSS entra en decadencia hasta su definitiva desintegración en 1991. Además de lo reseñado hasta aquí, durante gran parte de la década, EE.UU. aprobaba los presupuestos militares más desorbitados de su historia, al tiempo que recuperaba su liderazgo internacional avalado por un inusitado rearme y una agresiva política exterior de la cual dan fe la Iniciativa de Defensa Estratégica o «guerra de las galaxias», así como también, intervenciones militares como la invasión de Granada (1983) y de Panamá (1989), la desestabilización de Nicaragua o el bombardeo de Líbia en 1986. Es, en este contexto histórico, en el que se estrena el filme En busca del fuego, de Jean-Jacques Annaud, un contexto en el que, mientras que el mundo se aboca al nacimiento de una única superpotencia ávida de someter a su voluntad al orbe entero, los académicos se adentran en el estudio interdisciplinar del ser humano, haciendo un ejercicio que introspección que, a lo que parece, intenta responder al origen de pulsiones humanas como las que llevan a la sociedad por uno u otro caminos. Prueba fehaciente de ello, es la película que nos ocupa, cuya realización contó con la colaboración del zoólogo Desmond Morris (autor, entre otras obras, de El mono desnudo) para la expresión corporal de los personajes, o del escritor Anthony Burgess (autor de La naranja mecánica, obra en la que se inspira la película homónima dirigida por Stanley Kubrick en 1971), quien inventó, para este filme, un lenguaje hipotético, algunos de cuyos principales vocablos son:
Animal: tirr | Ir: margiom |
Arma: slakhataka | Miedo: pavr |
Bueno: otim | Mucho: tann |
Copular: falax | No: ochiné |
Enemigo: nvimizi | Rápido: vitrash |
Grande: meg | Sí: siveda |
Fuego: atra | Tomar: preng |
Hambre: esschai-vaou | Ver: ogozig |
Así pues, el control del fuego, que otorga suficiente confianza al ser humano como para explorar territorios ignotos, es comparable a su hambre de conquista del mundo, del espacio y del cosmos, la última frontera de nuestro género. Pero, lo que reviste verdadera importancia, es el hecho de que el control del fuego simboliza el control del poder del clan y de otros clanes, es decir, de la propia y del resto de sociedades que habitan nuestro Planeta.