El cine como testimonio histórico (Cap. III)

Es curioso comprobar cómo, ni que sea accidentalmente, el cine español se convierte en testimonio de algunos de los episodios más significativos de la España de principios del siglo XX. Hablamos, como no podía ser de otra manera, del cine documental o de no-ficción, para muchos el único documento audiovisual que merece cierta consideración. Con el tiempo, comprobaremos que el filme de ficción también recogerá las aspiraciones político-ideológicas de sus correspondientes autores.

Entre los directores que merecen cierta atención, sobresalen José Buchs, Florián Rey o Benito Perojo. A Perojo, en particular, no sólo le debemos la importación de técnicas cinematográficas foráneas, sino también, la adaptación española de un estereotipo social: Peladilla, un trasunto de Charlot, aunque, evidentemente, algo impregnado de quijotismo. Eso sí, el personaje ideado por Perojo fue poco más que un producto publicitario para promocionar a la productora, Patria-Films (fundada por Julio Roesset en 19151.

A principios de la década siguiente, el documental y el cine de ficción se disputan el medio. Veamos por qué. En 1920, el Ministerio de Guerra produce España en Riff, mientras la Gaumont barcelonesa rueda Los sucesos de la zona de Melilla. Con el colonialismo del siglo XIX, Marruecos cayó bajo el influjo de las principales potencias europeas. En su deseo por unir sus dominios argelinos con los del África sahariana, Francia amenazaba con poner en peligro el dominio británico de Gibraltar, por lo que el Reino Unido se decantó por favorecer los intereses españoles en el norte de Marruecos. Por la Conferencia de Algeciras, sancionada en 1906, los británicos reservaban a España el septentrional Rif. Animada por sus intereses mineros, España reforzó la vigilancia de la región. Los rifeños reaccionaron con encono y derrotaron a los españoles en Annual, en 19212. Las causas de la derrota militar se debatieron en el Congreso. El «Expediente Picasso» relataba los hechos y revelaba graves errores tácticos. El golpe de Estado que el General Miguel Primo de Rivera dio el 13 de septiembre de 1923, evitó, sin embargo, que éstos salpicasen al Alto Mando. El desembarco de Alhucemas, capitaneado por el General José Sanjurjo bajo las órdenes del dictador vino a pacificar el territorio. Los filmes antes enumerados se difundieron con el propósito de prestigiar al Ejército español y, en especial, a su nuevo cuerpo militar de elite: La Legión, fundada por Millán Astray el mismo año del estreno de España en Riff.Más tarde, el dictador se puso al frente de la Capitanía General de Cataluña y se granjeó el apoyo de la Lliga Regionalista. Se trataba, en suma, de imponer su autoridad en la región. No es extraño, pues, que la industria cinematográfica se desplazara a Madrid y a Valencia. A partir de ese momento, el cine español recuperó costumbres y tipos populares, aunque, a decir verdad, no estuvo exento de crítica político-social. Así, La aldea maldita3 (José Buchs, 1930) o La malcasada (Francisco Gómez Hidalgo, 1927) retratan con maestría a toda una sociedad. El filme de Buchs revela los sinsabores que la escasez provoca en una pobre aldea castellana, todo un símbolo de las desigualdades económico-sociales existentes entre el campo y la ciudad. Gómez Hidalgo, por su lado, pone en entredicho el Proyecto de Ley sobre el divorcio. En resumen, la filmografía del período tuvo un trasfondo social muy intenso, porque constituía una antítesis del ordenamiento vigente, pese a que no siempre era del gusto del régimen «primorriverista». El cineclubismo merece una especial atención. El primer cineclub se fundó en la Residencia de Estudiantes. Producto de las ideas renovadoras de la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876, la Residencia fue uno de los principales centros de intelectuales de España. Algunas personalidades de relevancia estuvieron allí. Entre otros: Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí o Severo Ochoa. La revista que promovió el gusto por el cine fue La Gaceta Literaria (1927-1931). Nombres como el de Luis Buñuel o Ernesto Caballero poblaron sus páginas. El segundo cineclub estuvo dirigido por Josep Palau, cuyo medio de expresión fue la revista Mirador (1929-1936). Ellos representaban la alternativa a la amenazadora vulgarización que impone todo medio de comunicación popular. El filme Nobleza baturra (Juan Vila Vilamata, 1925) es un ejemplo del éxito inmediato del séptimo arte.

  1. Ese mismo año, Ricard Baños funda Royal Films. También se produce el primer serial español, El signo de la tribu (Codina). ↩︎
  2. El cabecilla de la Victoria de Annual -como la denomina la historiografía marroquí-, fue Mohamed Ben Abdelkrim El Jatabi, antiguo funcionario de la Administración española en la Oficina de Asuntos Indígenas en Melilla. Para más información, ver http://es.wikipedia.org/wiki/Desastre_de_Annual. ↩︎
  3. La aldea maldita es una alegoría de la conflictividad social que genera la pobreza, además de los convencionalismos que subyugan a la sociedad (aunque siempre haya excepciones que ponen en duda la solidez de pretendidos principios). En esta aldea misérrima, un hombre y una mujer conviven junto con el padre del marido y el hijo de ambos. Ella decide abandonar el hogar familiar para labrarse un porvenir que a los ojos de la sociedad de entonces era indiscutiblemente reprobable. El director aragonés, Florián Rey, malogró el destino del personaje principal, porque no pudo impedir que las diferencias de género pusieran límites al espíritu emprendedor de una mujer de la época. Hay que tener presente que esta película se rodó y estrenó durante la dictadura de Primo de Rivera, por lo que, a pesar de lo expuesto atrás, Florián Rey supo expresar subrepticiamente, el conservadurismo de una generación, influida, cómo no, por el régimen imperante, conservadurismo que repudiaba a todo aquél que no obedeciera a un código moral tan rígido como dudosamente honesto. ↩︎
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